Consideramos oportuno resumir las que
constituyen, en la mayoría de los casos, las señales más precoces de la enfermedad de la diabetes,
es decir, los trastornos que deben despertar la alarma del paciente e
inducirle a consultar oportunamente con el médico. Hemos visto, en efecto, que
la primera condición para obtener una rápida y duradera curación consiste en la
posibilidad de sentar un diagnóstico precoz.
La diabetes no
comienza, generalmente, con trastornos muy típicos y característicos; los síntomas
que se registran en su comienzo suelen presentar un carácter vago, parecido al
que acompaña a otras enfermedades tales como el agotamiento nervioso, la
anemia, etc. Por esta razón, es frecuente que los enfermos los relacionen con
estas comunes afecciones, perdiendo así un tiempo precioso para el
tratamiento. Estos trastornos deberían inducir siempre al enfermo a sospechar
una diabetes, especialmente si se trata de personas constitucionalmente
predispuestas, es decir, que sepan que en su historia familiar (padres,
abuelos, colaterales) se ha registrado algún caso de enfermedad del metabolismo
(la diabetes, la obesidad, la gota, etc.).
Las
primeras señales «sospechosas» suelen ser una sensación de malestar indefinido
pero muy molesto, de astenia general (tanto nerviosa como muscular), de fácil
propensión al cansancio, de incapacidad para un trabajo prolongado (tanto
físico como intelectual) y de una depresión y abatimiento psíquico no
justificados por ningún motivo. A estos trastornos se añaden a menudo cefalea,
con sensación de pesadez de cabeza, vértigos, hormigueos, sensaciones de calor
y frío en las extremidades. Además, el enfermo orina con más abundancia, tiene
mucha sed, come más pero adelgaza, conservando una coloración sonrosada de la
cara.
En
otros casos, cuando estos trastornos generales son poco acentuados y pasan
inadvertidos, la sospecha de una diabetes puede nacer por otra señal
determinada: debilitación del poder sexual, facilidad a las furunculosis y
piodermitis en general, tendencia a la supuración de las pequeñas heridas o
dificultad de curación de las mismas, prurito u otras alteraciones cutáneas
refractarias a los tratamientos habituales, alteraciones dentales, disminución
de la vista, neuralgias (especialmente del ciático y del trigémino), retraso
en la soldadura de las fracturas.
Todos
ellos pueden constituir síntomas sospechosos de la diabetes, sobre todo cuando
se producen en individuos constitucional y notoriamente predispuestos y
especialmente cuando no ceden ni se atenúan con los tratamientos que generalmente
se instauran en estos casos.
Estos
son los síntomas que deben observarse con especial atención y que se deben
indicar escrupulosamente al médico; en estos casos es suficiente practicar
una análisis de orina y eventualmente otro de sangre para confirmar, o excluir,
la sospecha de una diabetes.