domingo, 13 de abril de 2014

Diabetes: origen y síntomas sospechosos

Consideramos oportuno resumir las que constituyen, en la mayoría de los casos, las señales más precoces de la enfer­medad de la diabetes, es decir, los trastornos que deben desper­tar la alarma del paciente e inducirle a consultar oportunamente con el médico. Hemos visto, en efecto, que la primera condición para obtener una rápida y duradera curación consiste en la po­sibilidad de sentar un diagnóstico precoz.



La diabetes no comienza, generalmente, con trastornos muy típicos y característicos; los sín­tomas que se registran en su comienzo suelen presentar un carácter vago, parecido al que acom­paña a otras enfermedades tales como el agota­miento nervioso, la anemia, etc. Por esta razón, es frecuente que los enfermos los relacionen con estas comunes afecciones, perdiendo así un tiem­po precioso para el tratamiento. Estos trastornos deberían inducir siempre al enfermo a sospechar una diabetes, especialmente si se trata de perso­nas constitucionalmente predispuestas, es decir, que sepan que en su historia familiar (padres, abuelos, colaterales) se ha registrado algún caso de enfermedad del metabolismo (la diabetes, la obesidad, la gota, etc.).

Las primeras señales «sospechosas» suelen ser una sensación de malestar indefinido pero muy molesto, de astenia general (tanto nerviosa como muscular), de fácil propensión al cansancio, de incapacidad para un trabajo prolongado (tanto físico como intelectual) y de una depresión y aba­timiento psíquico no justificados por ningún mo­tivo. A estos trastornos se añaden a menudo ce­falea, con sensación de pesadez de cabeza, vérti­gos, hormigueos, sensaciones de calor y frío en las extremidades. Además, el enfermo orina con más abundancia, tiene mucha sed, come más pero adelgaza, conservando una coloración sonrosada de la cara.

En otros casos, cuando estos trastornos gene­rales son poco acentuados y pasan inadvertidos, la sospecha de una diabetes puede nacer por otra señal determinada: debilitación del poder sexual, facilidad a las furunculosis y piodermitis en ge­neral, tendencia a la supuración de las pequeñas heridas o dificultad de curación de las mismas, prurito u otras alteraciones cutáneas refractarias a los tratamientos habituales, alteraciones denta­les, disminución de la vista, neuralgias (especial­mente del ciático y del trigémino), retraso en la soldadura de las fracturas.

Todos ellos pueden constituir síntomas sos­pechosos de la diabetes, sobre todo cuando se producen en individuos constitucional y notoria­mente predispuestos y especialmente cuando no ceden ni se atenúan con los tratamientos que ge­neralmente se instauran en estos casos.
Estos son los síntomas que deben observarse con especial atención y que se deben indicar es­crupulosamente al médico; en estos casos es su­ficiente practicar una análisis de orina y even­tualmente otro de sangre para confirmar, o ex­cluir, la sospecha de una diabetes.